Las pequeñas cosas de la vida
© Joel Aguilozi, 2017
Cuenta la historia… no, ya arranque mal, como la hacía hace unos años cuando empezaba a escribir, definitivamente arranque mal, mal, como Edward Venit el día que su vida cambió para siempre. Un día cualquiera, Edward se fue a dormir, disgustado por su poca suerte; tal era así, que se ganó el apodo de “yeta Venit”. Ese día Edward invocó a quien lo escuchara desde el más allá, desde otra galaxia, o quien sabe de dónde, para que lo liberara de su mala suerte…Y fue escuchado; Edward se transformó, tal lo hiciera Gregorio
Samsa, en un insecto; ¡el insecto de la buena suerte!; un grillo. Primero llamó a su novia quien al verlo no pudo creer lo que veía.
– ¡Terminamos! – fue lo que dijo. Así pasaron, familiares y hasta amigos, que poco a poco lo fueron abandonando; el único que no lo abandonó fue Pedro, uno de esos amigos a quien Edward no le prestaba mucha atención.
Pedro, visitaba a Edward todos los días desde que este adquiriera su forma insectoide, y su suerte cambió rotundamente; tanto, que:
Casino al que Pedro iba, ¡saltaba la banca! Mujer que deseaba ¡la tenía! Tanta fama adquirió Edward, por su buena suerte, que los familiares volvieron a él, y ¡OH sorpresa!, se hicieron ricos, su novia también volvió y ¡OH sorpresa!, también se hizo rica. Edward, feliz y entusiasmado, sin importarle su apariencia se mostró en público ¿El resultado? lo metieron a un laboratorio para investigarlo, y ¡Oh sorpresa!, la suerte de los científicos también cambió. Y como todo tiene un límite, y la libertad no tiene precio,
Edward escapó una noche sin luna, como decía una canción de mi in- fancia, y se dirigió adonde lo llevara el viento. Llegó a un lugar desconocido, y lo inevitable pasó; todo el mundo al verlo, reaccionó espantado, y hasta intentaron matarlo con insecticida. Y corrió, o mejor dicho saltó, como nunca antes lo hiciera. Volvió a su departamento y al encender el televisor se vio en los canales de todo el país.
Confundido, para apaciguar sus nervios, se fumó una pipa, y se fue a dormir. Le habían dicho que fumar esa sustancia, te da alas y te lleva por mundos mágicos y placenteros y que al despertar todo se vería diferente. Y fue cierto, cuando despertó estaba solo, se sentía mal, ansioso, triste, sin recordar sus supuestos sueños placenteros, sin amigos, sin novia, repudiado por la familia, y prisionero de un sueño de humo. En un momento de lucidez, se dio cuenta de que lo había soñado todo. El teléfono sonó, era Pedro… ese amigo al que no le prestaba demasiada atención. – Meté un poco de ropa en un bolso y vamos a ir juntos a buscar la libertad. Tengo la dirección; yo viví algún tiempo en ese lugar y por suerte la encontré. Aunque los años perdidos son irrecuperables, es importante atesorar lo aprendido. Edward supo valorar la diferencia entre lo bueno y lo malo; las consecuencias que dejan los errores cuando no se subsanan a tiempo, y como se pierde la esencia de cualquier
hechizo, que no es otra cosa que un globo lleno de humo. Edward dejo de ser un grillo, y muchos años más tarde sentado en su mecedora de madera de pino, mientras gozaba de una noche de verano, perfumada de jazmines y musicalizada por el monótono canto de los grillos, recordó lo vivido y lo guardó para siempre en su pensamiento, junto a las pequeñas pero importantes cosas de la vida.
EL SABIO DRAGÓN