El principio

© Joel Aguilozi, 2020

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Nada hay en el espacio. Solo estoy yo, y en mi recae el destino de una singular misión encomendada por el supremo del universo. No tengo otra opción, debo hacerlo. Dejo mi cómodo lugar, sacudo mi añosa y microscópica geografía, y suelto mis brazos que al moverse generan las primeras moléculas, creando poco a poco la existencia. Esos bracitos van uniéndose; sé, que tardará mucho tiempo… bastante diría, pero sigo moviéndolos y crecen y crecen. De repente, mi breve circunferencia explota, pierde su forma, y va formando una coraza que me recubre; después otra, y más tarde otra y otra y otra más. ¡Estoy creciendo sin parar! Algo está sucediendo. Siento frío, aunque solo por fuera. Quizás es el espacio donde me muevo… Siento calor en el centro de mi ser, y la sensación es como si se formara un lugar misterioso. Por un tiempo decido dejar todo como está; necesito asimilar estos cambios. No me muevo, tan solo espero ¡el momento!… Un momento… ¡no se que esperar! Voy recuperando mi forma original. Algo cruje y vuelve a crujir. De vez en cuando me estremezco. Hay una parte de mí que parece llorar; sin embargo me siento bien, aunque un poco aturdida. Trato de no pensar, me quedo muy, muy quieta y distingo millones de partículas que danzan a mí alrededor. Y así aparecen los primeros organismos, diminutos pero fuertes, con ganas de vivir; solo es cuestión de tiempo. Por fin evolucionan y cuando todo está dispuesto para recibirlo, él aparece. Es un ser con cualidades y defectos. Puede ser amable, compasivo o peligrosamente destructivo. No sé cómo llamarlo, ya veré más adelante.

Aparecen otros seres, diferentes, se multiplican, y así me voy poblando de miles de criaturas; pero me preocupa como alimentarlos, cubrir sus necesidades primarias para la supervivencia. Pronto me doy cuenta de que tienen todo lo que necesitan, y más. A quien me envió a hacer esta tareale pedí: ¡valores! y me los concedió, así que los repartí entre los que me parecieron más débiles; esos, a los que llamé “humanos”, y cuyos instintos de supervivencia son casi nulos, además su inteligencia deja mucho que desear. En cambio los otros son capaces de cuidarse por si mismos y de buscar su alimento. Ahora todo depende de esos “humanos” que habitan en mi superficie. Me prohibieron intervenir, eso sí, les advertí no maltratarme, si eso pasa, las consecuencias serán fatales.

Crecí y crecí, cada cosa tuvo su nombre y a mí me dicen “Madre Tierra”.