El último consuelo

© Joel Aguilozi, 2020

cc

Corría en un bosque. No distinguía colores. Todo se veía blanco y negro. Alguien me perseguía. Yo solo corría, corría, corría. Hasta que vi los cuernos amenazantes de una cabra, y una calavera fétida, supuse que era un ángel caído.

Sentí terror, y me dije; “este es mi fin”. Cerré los ojos. Espere. Nada sucedía, entonces me animé a abrirlos. Ese ser extendió su mano en forma amistosa y dijo: únete a mí y haz justicia. Pero ¿de dónde venía esa voz? No tardé en darme cuenta que era una transmisión de mente a mente. No sabía a qué se refería, ni de que justicia hablaba. De repente una fuerza inexplicable me hizo caer y luego una visión me mostró el mal del mundo. No era nuevo para mí, y acepté, pequé, y acepté. Dejé que la carne se despidiera de mi espíritu; esa carne sucia y maldita que me hizo cometer tantos desatinos, que hizo que me solazara cuando las cosas malas le pasaban a otro. En mi espalda nacieron alas negras, lo mismo que las voces que cantaron mi renacer. Ese ángel caído había logrado su cometido con mi consentimiento, transformándome en uno de ellos. ¿Pero acaso no era eso lo que quería? Vengarme de la humanidad. Las personas que me habían traicionado ya estaban muertas, mis enemigos también, entonces ¿qué me faltaba? Ahora era uno de ellos y mi misión debía ser la misma que ellos pretendían, eliminar a la gente pura. Pero me negué; decididamente mi esencia humana no había muerto del todo. Como respuesta a mi desobediencia una puerta de fuego se abrió cubriendo el pastizal, incinerando los árboles, sin embargo los animales parecían no asustarse, por el contrario venían hacia mí en actitud de adoración. El abismo aguardaba por mí, la criatura que me perseguía desde el principio bailoteaba al mi alrededor ¿Que me quería decir? No lo pensé dos veces y no me detuve a meditar su mensaje. Entré por la puerta de fuego y me recibió la más profunda oscuridad. La penumbra infernal. Escuche risas, gritos, llantos y armándome de valor di el primer paso. Caminaba con dificultad sobre huesos humanos. Mis ojos se encendieron en llamaradas que iluminaron mi alrededor. De entre enormes columnas de huesos que se alzaban contra los muros, de repente aparecieron otros seres similares y aterradores. –Sígueme– me invitaron. Obedecí, no me quedaba opción. Recorrimos el lugar, encontrándome nuevamente con llantos, risas, gritos. Sabía que eran las almas muertas por mi deseo. Decenas de ojos con forma de araña, me observaban. En una caverna fui dejado por la tétrica compañía. El demonio que me inició por el camino de la justicia, volvió a aparecer, y esta vez parecía estar aun más feliz. No dejaba de saltar a mí alrededor riendo incansable. No sabía a qué atenerme, hasta que de repente, tocó mi cabeza y me mostró la verdad. Había desatado la destrucción suprema. El mismo Apocalipsis.

Gracias a mi deseo de hacer justicia por mano propia, las personas que me negué a matar ahora sufrían en un infierno peor que el mío. Y cuando me vi muerto en el bosque, supe que me habían tendido una trampa.

–Llámame Abbadon –dijo la criatura –El abismo te agradece haber destruido el mundo. La justicia tiene muchas formas, pero tu justicia, era nuestra venganza y nunca lo supiste. Me sentí devastado, traicionado, y mis alas empezaron a perder fuerza. Vagué por el mundo y solo vi destrucción. En ese momento quería terminar conmigo mismo, pero mi alma ya tenía dueño y no podía recurrir a mi final de ninguna manera. Esa angustia que quemaba como fuego, me destruía una y otra vez, y como demonio ascendido no podía ni siquiera llorar. No tenía lugar en ningún lado. Desesperado busqué un lugar, tenía que limpiarme, y mi alma entró a mi mente. Abrí los ojos. Estaba en una mansión que se caía a pedazos, no había estado ahí, igual hice memoria, y no definitivamente no había estado ahí. Camine con cautela y vi un espectro, o un alma en pena que parecía retorcerse de dolor; en silencio, flotaba lentamente por la escalera madera de ébano hacia una de las tres habitaciones de la planta alta, mientras flotaba, intente seguirlo con mis alas negras, pero no pude, ya no las tenía, mis preciadas y queridas alas no estaban en mi espalda. Efectivamente era un simple humano, de eso se trata, en mi mente era nuevamente un simple humano. A pesar de que el miedo aun no me había invadido, subí la escalara a paso lento y con el crujir de la madera mis oídos parecían destruirse. La casa que conservaba su estado horroroso era muy elegante, diferentes adornos exóticos decoraban el estar. Me detuve a examinarlos un momento, y vi que eran las cabezas de demonios que conocía por haber estado en el mismo infierno. La puerta de la habitación donde el fantasma entró, estaba frente a mí, todavía no sentía miedo, “quizás el infierno me entreno bien” pensé; intente abrirla pero me fue imposible, simplemente la manija corrida por el oxido cedió por sí sola y armándome de valor entré. Por segunda vez los nervios intentaron hacer explosión, pero fui más fuerte y entré. El espectro estaba frente a mí y acercándose intentó murmurarme algo. Observe sus ojos, y note que sangraban.

Una venda empapada en sangre los cubría; mis cálculos fueron incorrectos, lentamente se deslizo la venda y me mostró los huecos donde supuestamente tendría sus ojos; alguien se lo había arrancado; qué horror, sentí nauseas pero reflexione, esta es mi mente, y si esta mutilada así es por mi culpa, o quizás…. No quería comprenderlo, pero esa era la razón porque los demonios me eligieron. Mi mente era peor que el mismo infierno, o tal vez yo era peor que el infierno y todos los demonios juntos. De repente y en el continuo murmullo, la criatura, me señalo, con el dedo índice.

Le pregunte la razón de su insistencia y no dijo una palabra, camine acercándome, y al verla más detenidamente de cerca; me pareció ver un rostro de mujer, de cabello corto, estaba irreconocible. Vestida de seda blanca, dejaba caer monedas en los costados de la diestra y la siniestra. Avance, solo avance, nervioso, y tembloroso, pase por encima de ella atravesándola, y cuando lo hice una visión entro por mis ojos, y vi terror, el terror del ser humano que tanto odiaba, y destetaba.

El mal estaba hecho, ahora mi mente no era un refugio, más bien era otro infierno. No supe que hacer y corrí hacia la puerta que comunicaba con la otra habitación y cuando encontré la salida que representada el fin de mi tormento, observe una balanza, y por fin comprendí: “le arranque los ojos a la justicia, que es ciega, y además me los he tragado”, ese dolor que asechaba como aguja de escorpión en mi estómago eran sus globos oculares; mi propia justicia le mostro la oscuridad y ella a cambio y como castigo me regalo el verdadero dolor. El verdadero dolor de juzgar, sin querer juzgado.